viernes, 29 de mayo de 2015

Relato corto de Misterio; - El Límite Invisible -


Desde niña me ha gustado escribir, poesía, cuentos, relatos y hasta una novela he escrito (que debe ser horrible porque cada vez que la leo le encuentro fallos nuevos. Sin embargo he sido pésima en gramática, y aunque leo muy despacio, leo mucho y creo que eso es una ventaja. 
Me encantan los relatos de misterio y se me ocurrió escribir uno corto por capítulos (para ir probando y soltándome en el mágico mundo de la escritura). Mi vocabulario es limitado, pero con ayuda de un diccionario de sinónimos y antónimos intento aprender. Las correcciones me las hace uno de mis hijos, que está más ducho en gramática y me siento muy orgullosa por ello. 

De los montajes que expongo algunas de las imágenes las he bajado de internet, sin ánimo de hacerlas mías, simplemente las utilizo porque encajan perfectamente en la idea que preconcibo de lo que deseo reflejar. No conozco a sus autores, pero si alguno considera que no hago buen uso de ellas o simplemente no desea que la utilice, por favor que me lo haga saber y mencionaré su nombre como autor o eliminaré la imagen inmediatamente. Por mi parte les considero unos artistas y agradezco su generosidad por compartir con el mundo su arte.

Sin más preámbulos a continuación comparto mi relato, no sin antes decir que acepto críticas de todo tipo, aunque sean negativas, siempre que sean constructivas y me sirvan para mejorar. Gracias.



  
— Capítulo I — “La Visión”

Creyó ver algo a través del ventanuco que comunicaba con el salón... se sobresaltó y giró bruscamente esperando que apareciese. El ángulo ciego, entre la gran sala y su posición, le impedía seguir la trayectoria de lo que se acercaba. Entre el fregadero y la puerta principal tan sólo distaban cinco pasos largos. Frente a ella, sobre el taquillón del recibidor... las llaves de la casa. Impulsada por un súbito y repentino escalofrío... corrió... alcanzó el llavero, salió al rellano dando un portazo y echó el cerrojo lo más rápido que le permitió su nerviosismo. Durante unas décimas de segundo permaneció inmóvil contemplando aquel panel de madera blindado...  Fuera lo que fuese... “eso”, quedó atrapado en el interior de la vivienda. Bajó con cautela los veinte peldaños que le conducían al exterior apoyando la espalda en la pared sin dejar de observar la puerta. Una vez en la calle... inspiró profunda y lentamente notando alivio al soltar el aire. Se sintió a salvo. Era la tercera vez en aquella semana. Le había ocurrido con anterioridad aunque de manera esporádica, sin embargo la distancia se iba acortando. 
¡Basta ya! No lo soporto más. ¡Y a plena luz del día!... nadie me va a creer. ¿Estaré volviéndome loca? ¿Es posible que mis ojos me engañen? Debo hacer algo. Ahora mismo voy y pido cita con el psicólogo... o con el psiquiatra. Esta situación me supera. ¿Qué será lo que he visto? ¿Acaso un efecto óptico? El corazón me va a estallar. ¡Oh, Dios mío, qué vergüenza! he bajado en zapatillas, cualquiera que me vea... No... No subiré por los zapatos...
¿Qué te pasa Ana?... estás pálida, pareces desencajada —le preguntó su amiga, que pasaba casualmente por aquel lado de la acera—
No me hables Lola, estoy a punto de sufrir un infarto... fíjate... acabo de pasar un miedo que no puedes hacerte una idea. No te digo más, que he salido disparada según estaba —Lola bajó la mirada y lo comprobó— 
¡Cuenta, cuenta...! ¿Qué es eso tan grave que te ha pasado para salir tan apurada? 
No puedo entretenerme Lola, ya te lo explicaré luego, ahora quiero acercarme al ambulatorio para que me den cita con el especialista. 
¿Quieres que te acompañe? ¿Necesitas algo? 
No. Gracias Lola. Te tendré al tanto de lo que me diga el médico. —Se despidieron–
Ana se puso en marcha, pero cada ciertos pasos giraba la cabeza hacia atrás... presentía que la estaban vigilando. Se relajó al ver que Lola le mostraba una sonrisa.
Acabo de encontrarme con Ana en su portal. No sé que le habrá pasado, iba como alma que lleva al diablo hacía el ambulatorio. Esta muchacha no levanta cabeza últimamente...
Lola, reunida con Susana y Berta en una de las cafeterías del barrio, comentaba la conversación que había mantenido con Ana. Varias veces a la semana, las cuatro amigas, se citaban en aquel lugar para charlar y echarse unas risas. Pero esta vez la tensión se palpaba en el ambiente. Verdaderamente preocupadas por el estado de Ana, una mujer de tez morena, ojos marrones, estatura baja  no querían aventurarse a conjeturar sobre lo sucedido. Estaban impacientes por verla aparecer y que les aclarara las dudas.

 ¿Vosotras creéis de verdad que hay algo en su casa? — Dijo Berta — A mí esas cosas me dan mucho miedo. Sólo pensarlo me pone la piel de gallina.
Ella siempre nos ha relatado casos que le han sucedido — intervino Susana — historias que parecen increíbles, pero las cuenta con una convicción y una seguridad que resulta difícil no creerla.         ¿Os acordáis de las psicofonías que grabamos en su casa el día internacional del espiritista? Seguimos las instrucciones al pie de la letra del Dr. En parapsicología según lo explicó por televisión. Lo que escuchamos en aquella cinta sonaba terrorífico... — Susana se frotó los brazos al notar un escalofrío —  aquella voz...
 Es cierto —interrumpió Lola—... de ultratumba. Todas lo escuchamos y coincidimos en estar oyendo a un anciano, muy anciano, con cabello y barba larguísimos, pero cuando pronunció...
Y aquella otra vez... — Berta se acordó de pronto y no dejó que Lola terminase la frase—... que nos contó aquel sueño que tuvo, y que al despertar seguía viendo claramente las manos peludas que le agarraban. –Siguieron hablando y recordando experiencias extraña de Ana y de ellas mismas–

Ana llegó al centro médico en diez minutos, solicitó ver a su médico de cabecera. Tubo que esperar a que finalizasen las consultas programadas del día para que pudiera visitarla. Llegado su turno comprobó que la atendería un suplente, pero no le importó.

Buenas tardes ¿doctor?...— saludó Ana una vez dentro —
Buenas tardes. O´Diem, soy el doctor O´Diem –aclaró el suplente –  ¿En qué puedo ayudarla?
¿El doctor Ramírez está enfermo? –preguntó ella –
No – respondió el médico – Ha tenido que ausentarse por unos días. Le han convocado para una conferencia médica en el extranjero. ¿Tiene algún inconveniente en ser atendida por mí?
No doctor, ninguno, mientras pueda ayudarme. Verá; acaba de sucederme algo espantoso estando en casa que me ha provocado una taquicardia. Y lo peor, que no es la primera vez que me pasa. Creí que no lo contaba.
Ana fue detallando cada una de las sensaciones que le había producido su visión. También le habló de otras experiencias ocurridas con anterioridad. El médico escuchaba con sumo interés las palabras pronunciadas por Ana, cómo si de verdad le importara lo que oía, cómo si aquel hecho tuviera un significado especial para él.
No se preocupe querida, los síntomas que presenta seguramente sean simples episodios aislados, posiblemente causados por un excesivo estrés, una inadecuada alimentación o una falta de sueño. Tal vez tengan su origen en un acontecimiento infantil que le dejó secuela, y que bien pudo pasar desapercibido o no se le dio la importancia que tenía y en consecuencia no fue tratado en su debido momento. No se apure, todo tiene solución. A este tipo de manifestaciones, las denominamos “crisis de pánico”.
Le voy a recetar unas pastillas que le harán sentir mejor, y cuando las termine pida cita para llevarle un seguimiento. Independientemente, y si está conforme, le recomendaré un especialista para que le realice algunas pruebas. Esté tranquila, intentaremos llegar a la raíz del problema, si fuese necesario, y ver si podemos eliminarlo. ¿Le parece bien Ana?
Muy bien doctor. Antes quiero hacerle una pregunta. ¿Esas pastillas son de las que te dejan atontada todo el día?
Evidentemente tienen un componente relajante, que facilita su asimilación y efecto.
En ese caso y sintiéndolo mucho, prefiero no tomarlas. Tengo dos hijos pequeños y no puedo permitirme el lujo de no tener los cinco sentidos en funcionamiento. De todos modos gracias por su atención, me ha ayudado mucho. Sin embargo, sí me gustaría conocer la procedencia de mis alucinaciones (por llamarlas de alguna manera).
Me pondré en contacto con usted para darle la fecha y hora de visita con el especialista. Ana, permítame que insista en que se tome las pastillas, sólo pueden beneficiarle. Por favor, llévese la receta y usted decide si consumirlas o no.
A penas la paciente abandonó la consulta, el doctor realizó una llamada telefónica.
 Querida, tenemos otro caso... con este completamos los siete —...— sí, de la misma zona. —...— Sí... sí..., lo prepararé todo. En esta ocasión tenemos un problema —...— no, nada que no se pueda arreglar —... — Se niega a tomar las pastillas —...— Estoy seguro. Podremos cerrar el círculo —...— No —...— Nadie de su familia ha visto nada, no obstante debemos hacerle la prueba —...— Nunca se sabe —...—  En unos días —...— De acuerdo. Estamos en contacto. Hasta muy pronto.

Hola chicas — dijo Ana contenta de reunirse con sus amigas — ¿me estabais esperando? — Lola, Berta y Susana se fijaron en los pies de Ana. Ana las imitó, y se percató de algo que se le había olvidado por completo. Las cuatro, al unísono, estallaron en una sonora carcajada.
¿Qué te ha dicho el médico?— preguntó Lola —
¿Qué te ha pasado en casa?— quiso saber Susana —
Yo no sé si quiero que me cuentes lo que has visto, ya sabes que me afectan mucho esas cosas — comentó Berta —
Vale, vale. De una en una, muchachas  — dijo Ana con ánimo de calmarlas – Se encontraba a gusto con ellas. Estaba preparada para hablarles de los acontecimientos del día. Comenzó relatándoles la extraña visión que tuvo mientras fregaba los cacharros. Les describió la sombra, que sobresalía por el borde de la mesa del salón y que se movía en dirección a ella. Les habló del terror que sintió, mucho mayor que las dos veces anteriores (en esa misma semana). Seguidamente les contó la visita a la consulta médica.
Hoy pasaba consulta un suplente. Según me dijo, el doctor Ramírez se había ido a una convención de medicina o algo parecido, fuera de España y tardaría unos días en volver. He tenido una rara impresión, me miraba fijamente y no perdía coma a lo que le decía, como si en vez de sorprenderse por mi estado mental, estuviera encantado con mi paranormal experiencia. Le ha faltado invitarme a cenar para celebrar que no todo son catarros en su consulta. Quiere que me tome unas pastillas que me dejarán atolondrada durante todo el día, pero ya le he dicho que no estoy dispuesta a tomármelas. Ha quedado en telefonearme cuando consiga día para el especialista, que supongo será un psiquiatra, que me ayudará a resolver el misterio de mis alucinaciones fantásticas.

Yo creo que deberías hacerle caso y comprarte esas pastillas. ¿Quién mejor que un médico para aconsejar lo mejor para ti?— dijo Susana —
No, no, no... Ya sabéis como tengo el estómago... y por otro lado ¿vendrás tú a limpiarme la casa, a cocinar y a cuidar de los niños? — protestó Ana —
Sigo pensando que no deberíamos contradecir el diagnóstico de un entendido en la materia — refutó nuevamente Susana –
Nadie sabe más de uno mismo que uno mismo — intervino Lola —
Estoy de acuerdo, espera a ver que te dice el especialista — secundó Berta –

Ana miró la hora y comprobó que se estaba haciendo tarde. Telefoneó a su marido y le dijo que enseguida subía. Pagaron sus consumiciones y se despidieron hasta otro día.

Pedro había recogido a los niños del colegio y la esperaban en casa. El miedo había pasado. Se desahogó con él, sin omitir detalle. Su marido no dio importancia a lo que oía, ya que no era la primera vez que escuchaba algo semejante, tachándolo de fantasía. 
Tú y tus tonterías esotéricas. Si no leyeras todas las idioteces que caen en tus manos, no te pasarían estas cosas. Debes poner los pies en la tierra, Ana, y olvidarte de volar y de imaginar idioteces, que no son más que mentiras, come-tarros y memeces que se inventan algunos chiflados aburridos que no tienen otra cosa mejor que hacer. También deberías dejar de ver tantas películas de terror, luego pasa lo que pasa... terminas creyéndotelo todo.
Tienes razón cariño — asintió Ana, sin convencimiento –

A las doce menos diez de la noche, sonó el móvil de Ana. El tono musical, era el elegido por Ana para anunciar los mensajes. Este decía: “Sra. Ramos, imprescindible acudir mañana jueves a consulta Dr. O´Diem. 19:30 h. Importante. Gracias”.
¿Pero tú crees que estas son horas de enviar un mensaje? – Vociferó Pedro indignado – Ese medicucho tuyo está como una puñetera regadera. ¿No se te ocurrirá ir? A ningún médico en su sano juicio se le ocurre semejante barbaridad. ¿A caso no tiene mañana todo el día para llamar?
Pedro… cariño, me estoy asustando... — Ana comenzó a temblar — yo no le he dado mi número de móvil, y en el ambulatorio tampoco lo tienen. ¿Recuerdas que me lo regalaste hace un mes por mi cumpleaños?  A parte, este doctor es un suplente.
Ahora sí que estoy cabreado de verdad. Dame el móvil, vamos a ver desde que número llama que le voy a enseñar a respetar a las personas decentes  –Al hacer la comprobación sólo se podía leer “identificación oculta” –             No te preocupes Ana, mañana iré contigo a ver al doctor “toca-pelotas nocturno” y le mencionaré a toda su familia.


 (la imagen del banco la he bajado de internet. El montaje es creación propia)
— Capítulo II — “La Búsqueda”

Pedro adelantó la hora de salida en el trabajo para poder acompañar a su mujer al centro de salud. Los martes no había actividades en el colegio y Ana se encargaba de recoger a los pequeños. Santiago, que cumpliría diez años en diciembre y Elena de seis. Mientras preparaba la merienda para Santi, porque la niña estaba invitada a un cumpleaños en casa de su vecinita, ellos jugaban a esas peleas entre hermanos que tanto sacaban de quicio a Ana. Desde el día anterior se sentía muy sensible a los ruidos.
– ¡Chicos callaos ya!– les dijo  alzando la voz.
Un breve silencio calmó la tensión. Que se interrumpido inesperadamente por el sonido del móvil. Ana se sobresaltó al escucharlo (estuvo a punto de cortarse con el cuchillo). Sabía que era un mensaje, así que terminó de preparar el bocadillo 
– Toma Santiago –  el niño se acercó a ella con el móvil en la mano y le dijo
– Mami ¿qué le ha pasado a papá?
– Nada. ¿Por qué cariño? – Preguntó Ana sin entender
Santiago extendió la mano y le entregó el teléfono. Ana leía el mensaje al tiempo que sus ojos se dilataban cada vez más, el corazón le palpitaba con fuerza, y su rostro iba palideciendo por segundos. 
–Vamos niños – tuvo que esforzarse para pronunciar las palabras sin que le notaran el temblor al hacerlo. 
Sus movimientos se volvieron rápidos pero torpes. De forma apabullada atinó a calzarse, ponerles las chaquetas a sus hijos y meter el monedero en el bolso
– Vamos, vamos
– ¿Qué pasa mamá?– se preocupó Santiago
Salieron. Pero justo a punto de cerrar la puerta, Elena la empujo y se coló dentro
– ¡Elena ¿qué haces?! – La niña apareció corriendo
– Mi regalo de Laurita – protestó
Echó el cerrojo y guardó el móvil –que no se introdujo en el bolso sino que resbaló y cayó al felpudo sin hacer ruido– Tomaron el ascensor hasta el piso de su vecina Pili. Ana le pidió el favor de quedarse también con Santi hasta que regresara. Santiago se negó rotundamente a pasar. No disponía de tiempo para discutir con él y dejó que la acompañara. La prisa le acuciaba. No debía entretenerse. Ante la insistencia de Pilar por saber que ocurría, Ana le prometió que en cuanto tuviera un hueco se pondría en contacto con ella.

Pedro llegó al portal de su casa sobre las cinco. Mientras acortaba distancia, escalón a escalón hacia su piso, se fijó en algo que sobresalía de la alfombrilla del rellano. Cuando estuvo a su altura, comprobó que era el móvil de Ana.
–Qué raro – pensó
Lo tomó en sus manos y entró en casa saludando a Ana y a los niños en un tono de voz coloquial. Al no recibir respuesta recordó que Laurita cumplía años. Subió al tercero izquierda y apretó el timbre. Abrió Pilar y sin mediar palabra le preguntó si Ana estaba con ella. Pilar le miró sorprendida. Le contó que su mujer se había marchado precipitadamente, pero no le dejó dicho a dónde iba con tanta prisa.
– Quedó en llamarme más tarde. Santi se ha ido con ella porque no le apetecía quedarse aquí. Pensé que habría quedado contigo – 
–Pues ya ves que no, ni siquiera he hablado con ella. Lo más raro es que su móvil estaba tirado en el suelo. Hoy tenía cita en el ambulatorio, pero hasta las siete y media no le tocaba. Me acercaré a ver, por si acaso había decidido ir antes. Muchas gracias Pili. Después te vemos cuando vengamos a buscar a la niña –  Se despidieron.
Al llegar al Centro de Salud, se dirigió al consultorio del Doctor Ramírez. Ni Ana ni Santi se encontraban allí y permaneció en la sala de espera creyendo que estarían dentro. Transcurridos quince interminables minutos se abrió la puerta de la consulta. Salieron de ella una señora de unos cincuenta años y un anciano, que bien podía ser el padre –pensó Pedro – Les acompañaba el Doctor Ramírez. Pedro se levantó como si se hubiera sentado sobre un muelle, y antes que pasara el siguiente paciente se acercó al médico y le preguntó por su mujer. El doctor  comprobó en su listado y no figuraba ninguna Ana García.
–Pero… ¡no puede ser! – se extrañó Pedro. Cada vez estaba más confuso –ella tenía cita hoy a las siete treinta – el doctor, por cortesía, volvió a repasar la lista
–lo siento no tengo a nadie anotado con ese nombre… a ninguna hora señor –recalcó esta última frase –
Ya comenzaba a girarse cuando Pedro le retuvo colocándole la mano en el hombro, porque de repente le vino a la memoria algo que le comentó Ana.
– Doctor, perdone… ¿Usted no estaba en una convención en el extranjero?
– ¿Cómo dice?  Preguntó el doctor sorprendido.
– Sí. Ayer estuvo mi mujer aquí y le atendió un suplente, y éste le aseguró que usted estaba de viaje y tardaría unos días en volver…– 
–Mire caballero. Ayer pasé consulta y… No tengo porqué darle explicaciones. No me haga perder el tiempo, tengo pacientes que atender. Siguiente… – dijo el Doctor Ramírez dirigiéndose a los supuestos enfermos que aguardaban su turno.
Durante unos segundos, Pedro se quedó inmóvil, sin reaccionar, pensativo. Todos los allí presentes le observaban sin comprender. Comenzó a caminar por pura inercia, con los ojos mirando a ninguna dirección y una pregunta en su mente, que repetía una y otra vez – ¿dónde estarán mi Ana y mi Santi? –
No conforme con la respuesta recibida, bajó las escaleras y se acercó al mostrador de las citaciones, sin respetar la fila que había.
– Por favor… ¿Me pueden confirmar qué Doctor pasó consulta ayer en la sala 13? – el administrativo tecleo unas letras en su ordenador.
– El Doctor Ramírez. ¿Por qué lo pregunta? ¿Necesita algo de él? – se interesó –
– ¿No tuvieron un suplente por la tarde? ¿Un tal Doctor Tomei, o O´Diem…? –se inquietó –
– No. Lo siento. En nuestra base de datos no aparece ningún facultativo con ese apellido, ni parecido. ¿Necesita saber algo más?
– no gracias, ha sido muy amable – Dijo Pedro con la mirada perdida en sus cavilaciones
Regresó a casa con la esperanza de encontrarlos allí, y verificar que todo formara parte de una pesadilla. Pero no fue así. La vivienda estaba vacía y silenciosa. Decidió telefonear a las amistades conocidas por si estuviera con alguna de ellas o supieran de su paradero. Sus pesquisas no sólo no tuvieron éxito, sino que dejó preocupados a la gran mayoría. Obtuvo algunas palabras de ánimo y muchos se ofrecieron para ayudar en la búsqueda.
Comenzaba a anochecer. Se acordó de repente de Elena. Subió a buscarla, y de paso le contó a Pili lo que estaba sucediendo. Su vecina no daba crédito a lo que escuchaba. Ésta le dijo que no se preocupara por la niña, ella se quedaría al cuidado, mientras él seguía indagando.
– Pero mantenme informada de lo que pase, sea la hora que sea – le dijo Pilar.
– No te preocupes, así lo haré –le aseguró Pedro –
Alguna razón importante debe tener Ana para no avisar –se consolaba pensando – ¡de pronto se le encendió la bombilla! – El móvil – Cómo iba a contactar Ana con él si no tenía el teléfono con ella. Sintió alivio. Quiso comprobar la última llamada que hizo o que recibió, porque esa llamada debía ser la causante de su apresurada marcha. La alegría momentánea de Pedro se transformó en inquietud y comenzó a sudar, su respiración se volvió pesada y angustiosa, sus ojos se fueron agrandando a medida que leía el mensaje. El comunicado decía así: “Sra. García, persónese urgentemente en el hospital de San Jonás. Su esposo ha sufrido un grave accidente. Necesitamos su autorización para operar inmediatamente.”

— Capítulo III — “Las Otras Mujeres”

Sonia despertó, se sentía mareada y le costaba abrir los ojos. Se sujetaba la cabeza con las manos intentando despejarse.
–Mamá, qué bien, ya te has despertado. Llevas mucho rato dormida y te estás perdiendo el viaje –dijo su hijo Andrés
Sorprendida, alzó la vista y observó que se encontraba en el interior de un avión, tuvo que pellizcarse para asegurarse que no era un sueño. En asientos contiguos otras mujeres y niños formaban parte del pasaje. Echó un  vistazo general y pudo apreciar gestos de preocupación y confusión en algunas de las presentes. – ¿Qué está pasando aquí?– pensó.
– ¿Alguna de vosotras sabe dónde va este avión? – preguntó en voz alta. Se intercambiaron miradas las unas a las otras y negaron con la cabeza.
– ¿Quién demonios entiende algo?  Me llamo Sonia y este es mi hijo Andrés – el niño saludó con una sonrisa y se apresuró a pegar de nuevo su nariz a la ventanilla para no perder detalle del paisaje aéreo.
– Mi nombre es Teresa. Este es mi hijo Salvador. Aún le estoy dando vueltas y no comprendo cómo hemos llegado aquí.
Una a una, se fueron presentando. Las siete coincidieron en no tener respuesta al cómo y porqué de su presencia en aquel avión con rumbo y destino desconocido. La última en presentarse fue Ana.
– Hola a todas, este es mi hijo Santiago y yo soy Ana. Para seros franca lo último que recuerdo es que recibí un mensaje en el móvil que me puso la piel de gallina. Decía que habían ingresado a mi marido en el hospital, que me presentara inmediatamente para autorizar su operación. Una mujer me esperaba en el portal, se presentó como ayudante del cirujano. Me indicó que subiera al vehículo que nos aguardaba, y a partir de ese momento todo es oscuridad.
– A mi me ocurrió algo similar – intervino Lorena – Estaba en casa con mi hijo Antonio cuando sonó el timbre de la puerta. Una policía uniformada me dijo que debía presentarme en comisaría. Habían detenido a un hombre, y querían que le identificara.
– ¿Eso por qué? ¿Has sido testigo de algún delito? – quiso saber Susana
– No, no es eso. Hace once años fui violada. Parece ser que no fui la única, su lista de ataques era importante. Al tipo nunca pudieron detenerle. Sin embargo volví a tener noticias de él. El día que me hice la prueba de embarazo al llegar a casa me encontré una nota bajo la puerta que decía “Si se te ocurre abortar volveré y te mataré sin piedad”. Jamás he vuelto a saber de él, pero he vivido atemorizada toda la vida, ¿Cómo supo que estaba embarazada? Y el mismo día que me lo dijeron. Me he sentido vigilada desde entonces, incluso he tenido pesadillas y visiones a plena luz del día.  Pero volviendo al tema de antes. Ni siquiera recuerdo haber salido de casa con la policía.

– Un momento, un momento – se apresuró a decir Nuria – ¿Te violaron hace once años?... a mí también – Pronunció las palabras con resentimiento, con tristeza – Nicolás es fruto de aquella Transgresión. El desalmado amenazó con cortarme el cuello si quedaba embarazada y lo echaba a perder. Ni siquiera me atreví a denunciarle. Tampoco he vuelto a verle.

– Chicas… – dijo Adela tímidamente – También me… me… a mí también me… –no quería pronunciar la palabra, le producía un gran dolor su recuerdo – Desde aquel día mi vida dio un giro radical – les explicó que se encerró en casa porque se pasaba el día entero llorando. Tenía novio y le dejó sin más. Se volvió introvertida y recelosa. Dejó de hablar. Sus padres estaban muy preocupados y ella no les decía nada. A la segunda falta de la regla casi se vuelve loca. No deseaba aquel hijo. Se lo contó a su mejor amiga y concertaron una cita para que le practicaran un aborto. Al llegar a la clínica, un enfermero con mascarilla le indicó que le acompañara ella sola. A su amiga le dijo que esperara. Entraron en el ascensor pero a los tres minutos las puertas se abrieron y ella salió desencajada. Aquel hombre la había amenazado con un cuchillo. La obligó a jurar que cuidaría de aquel bebé. Le hizo una marca en la tripa mientras le decía: “Vayas donde vayas te estaré vigilando. No lo olvides nunca”.

– ¡Qué terrible experiencia! – Comentó Susana frotándose los brazos por el escalofrío que le recorrió – Os contaré mi historia. Hace once años salí con un muchacho, muy apuesto. Transcurridas unas cuantas citas, se le antojó que debíamos hacer el amor. Me negué ¡claro!, no me sentía suficientemente enamorada como para entregarme a él. En el siguiente encuentro me anunció que había preparado una sorpresa para mí. Me dijo que confiase en él y me hizo prometer que no le haría preguntas. Me condujo a su casa (fui a regañadientes pero la curiosidad me podía). Quedé  maravillada con lo que vi, había preparado una cena romántica, música, velas, champán… el ambiente me fue envolviendo… Sin embargo creo que debió poner algo en la bebida porque poco a poco fui perdiendo el control sobre mí y me dejé llevar. No recuerdo todos los detalles, pero sí soy consciente de haberle repetido que no estaba preparada. A la mañana siguiente telefoneó para comunicarme que le había salido un trabajo en otra ciudad. Me dijo que no me preocupara, que se pondría en contacto a menudo. Me alagó diciendo que era toda una mujer y que le esperara porque me quería. Es cierto que se comunicó conmigo en bastantes ocasiones, siempre me decía que tuviera paciencia. En una de las llamadas le di la noticia de mi embarazo, se alegró mucho y me propuso casarnos cuando regresara. El día del alumbramiento, se presentó en el hospital por la noche. Tomó al niño en sus brazos, le susurró al oído y lo depositó en la cuna con mucha delicadeza. Me besó. Le noté muy feliz. Cuando se marchó dijo que pronto, muy pronto estaríamos juntos. Hasta hoy, ni una sola llamada más. Desapareció de la faz de la tierra sin explicaciones. A veces pienso que le ocurrió algo grave o que conoció a otra mujer y se olvidó de mí. Pero sigo confiando que algún día aparezca. Me consuelo mirando a nuestro Alberto, es lo mejor que me ha pasado en la vida.

Se hizo un silencio en el que todas quedaron pensativas.  Teresa lo rompió.
– Me forzaron hace once años, pero no quiero hablar de ello. Abortar no era compatible con mis principios morales. Estoy en contra del aborto. Sin embargo llevo once años deseando enfrentarme al cabrón que me lo hizo con la esperanza de encontrarle y cargármelo. Mejor dicho, no le mataría pero si le daría un escarmiento que jamás olvidase. Al igual que yo no he podido olvidar. Cada  vez que miro a Salva, veo al mal nacido que lo engendró. Quizás sea lo único bueno que ha hecho en su vida, porque mi hijo es todo lo contrario de su padre biológico.  Por suerte conocí a un buen hombre que nos aceptó a los dos. Es el mejor padre que un niño pueda desear y un buen marido. Tenemos otros dos hijos en común, y ahora mismo les echo muchísimo de menos.

– Y yo a los míos  – dijo Sonia dando un suspiro – Siento mucho lo que os pasó muchachas. Mi Andrés, no sé de quién es. – Se le saltaron las lágrimas y se le quebró la voz – Tampoco tengo explicación razonable. –Respiró hondo, se secó los ojos y continuó hablado – Durante unos meses, estuve en tratamiento por una depresión… – tomó aire nuevamente – Todo empezó una noche que  desperté sobresaltada, algo tiraba de la sábana. Notaba una presencia pero no veía a nadie. Cada día era peor que el anterior. Sentía que me tocaban, me movían… Al principio creí que sería efecto de la medicación que me hacía ver alucinaciones. Decidí dejar de tomar las pastillas y no pasó nada en diez días. Me convencí que la culpa era del tratamiento.  Aquella noche me acosté sin temor, relajada y tranquila pero… una sensación de ahogo me hizo abrir los ojos repentinamente, no pude gritar porque una mano me tapada la boca y el cuerpo de aquel hombre, sobre mí, me oprimía. En  el forcejeo, tiré el despertador al suelo, buscaba la lamparilla, con un gran esfuerzo pude incorporarme y encender la luz… nada… no había nada ni nadie en la habitación, incluso el reloj estaba en su sitio. Me asusté mucho. Mis peores temores se confirmaron, me quedé embarazada y aún hoy me pregunto qué pasó.

– Sólo falto yo – dijo Ana – Mi vida ha sido bastante corriente con altibajos normales de la rutina. Antes de continuar quiero que sepáis que me entristecen vuestras experiencias. Me parece una gran injusticia el que hayáis pasado por esas situaciones tan ingratas.
Cambiando de tema. Supongo que nos preguntamos lo mismo ¿qué hacemos aquí? ¿Por qué nosotras? ¿Por qué nuestros hijos? –Ana quiso desviar la conversación hacia un punto que en su opinión era prioritario – Por lo que habéis expuesto he llegado a la conclusión, y estaréis de acuerdo conmigo, que todas hemos sido madres solteras y que nuestros hijos han nacido el mismo año, en mil novecientos noventa y nueve. Tengo tantas preguntas que hacer. ¿Qué querrán de nosotros? ¿Cuál será esa misión tan misteriosa? ¿Por qué nos han separado de nuestras familias? No sé vosotras, pero a mí hay algo que no me cuadra.

– ¿Habéis visto a alguien de la tripulación? –Preguntó Sonia de repente–
– Es cierto… no hemos visto a… – antes  que Teresa acabara la frase apareció un hombre que reconocieron inmediatamente, haciendo que enmudecieran con su presencia.

Buenas noches señoras, no me miren con esas caras de asombro. Sí. Soy el Doctor O´Diem. No tienen de qué preocuparse, no corren ningún peligro. Antes de que reaccionen y me bombardeen con las preguntas que se están haciendo, debo explicarles algo – el doctor utilizó sus mejores dotes de amabilidad para serenarlas – Miren señoras, está aquí porque han sido rigurosamente elegidas entre miles de mujeres por una serie de coincidencias comunes, que conocerán más adelante. Ustedes y sus hijos están predestinados a cumplir una misión única en pro y beneficio del mundo. Aún no me está permitido revelarles nada más, pero pronto… muy pronto gozarán de todos los detalles. Les aclararemos las dudas a su debido tiempo. Ahora disfruten del viaje, falta muy poco para llegar al nuestro destino final. Haremos todo lo posible para que se sientan cómodos. Gracias por su atención.  Ah! Por cierto, casi se me olvida. Sus familiares han sido informados y se encuentran bien, en breve podrán contactar con ellos. – El Sr. O´Diem dio media vuelta y desapareció tras la cortina que servía de separación entre la primera clase y la clase turista, donde se ubicaban ellas.

– ¿Has tenido algún problema? – preguntó la mujer que le esperaba tomando un Martini
– ¿Me tomas por idiota? Sé muy bien cómo manejarlas, ni siquiera les he dado opción a reaccionar. Se han quedado con la boca abierta, sin pronunciar una sola palabra. Esto marcha querida.
– Ya queda poco. Apenas tres días. Se cerrará el círculo y se abrirá “La Única Puerta de la auténtica Vida”. Estoy impaciente. –Alice relamía la guinda del coctel mientras dejaba volar su imaginación pensando en el gran acontecimiento.
– Once años esperando. Y pensar que gracias a nosotros la profecía será una realidad – un brillo de satisfacción se reflejó en su mirada intuyendo el maravilloso futuro que se avecinaba.
– Sí. Mi querido Víctor. Seremos mundialmente famosos. Tendremos a nuestros pies todo cuanto deseemos. Nada ni nadie nos hará sombra.

De repente el avión se agitó bruscamente al chocar contra algo.
– Ya hemos llegado. Anda, avisa a esas pobres ignorantes no vaya a ser que alguna se nos muera de un infarto.
Cuando sonó la megafonía, la histeria y el pánico se habían apoderado ya de las catorce personas que se encontraban en la parte posterior de la aeronave. Una voz intentaba hacerse oír por encima de los gritos.
– Señoras y niños, por favor, no se asusten. Estamos a punto de tomar suelo. No se muevan de sus asientos, abróchense los cinturones si aún no lo han hecho.  Este será un aterrizaje atípico. Tengan calma. Hemos chocado, esa es la señal que nos confirma que hemos llegado a destino.
Los hijos se abrazaron a sus madres. Adela y Nuria perdieron la consciencia y el resto no se atrevía ni a respirar, paralizados y firmemente convencidos que iban a morir. Tomás y Nicolás, gritaban presos del miedo por sus madres desmayadas. Alberto, el hijo de Susana llegó a orinarse de terror.

— Capítulo IV — “El Lugar Secreto”

Una barrera invisible impidió que el avión avanzara, y al chocar contra ella comenzó un descenso en picado. El impacto parecía inminente. Faltando pocos metros para tocar suelo, el aparato ralentizó su marcha hasta apenas notarse la velocidad. Amerizó con suavidad.
Las siete mujeres llegaron a convencerse, durante la inesperada bajada, que sería su último día entre los vivos.
– La sensación ha sido como si hubiera montado en la lanzadera más alta del mundo y una vez en la cima me hubieran soltado al vacio sin previo aviso. Aún me flaquean las piernas  – dijo Susana.
– Pues yo tengo el corazón en la boca, – replicó Ana con gesto de angustia – me he sentido como atrapada en un ascensor al que en un chascar de dedos se le estropeaban los engranajes liberando el cable que sujeta la cabina, no pudiendo hacer nada por frenarlo, ni por salir de él.
Nuria y Adela se reincorporaron aliviadas de seguir vivas.
– ¡Ha sido guay! – Saltó Alberto – Trece miradas de asombro se clavaron en aquel pequeño y en su pantalón. Se produjo un breve silencio que acabó en una carcajada general.
– ¿¡Qué…!? – dijo el niño con cara de incógnita, sin comprender el motivo de aquellas risas.

– Señoras. Hemos llegado. Prepárense para salir. – Comunicó el Doctor O´Diem – Quiero pedirles perdón por la brusquedad de la caída. Les ruego acepten mis más sinceras disculpas por mi torpeza al no haberlas puesto en aviso. Deseo que todos se encuentren bien y sólo haya sido un susto.
Al saberse a salvo, algunas se atrevieron a otear por las ventanillas. La imagen que percibieron les causó una grata sensación. Se hallaban sobre el mar, a la linde de una extensa playa de arena blanca. A poca distancia se podía contemplar una frondosa arboleda. La noche se mostraba extremadamente clara. Sus estrellas producían un raro efecto de duplicidad. ¿Se distinguían el doble de astros de los habituales o era simplemente un bello espejismo? La luz que irradiaban se esparcía por aquel hermoso lugar envolviendo de un brillo especial todo lo que tocaban. Tenían ante sí, un paisaje mágico. El bosque se componía de dos elegantes mitades con un camino central que daba paso a una zona despejada donde se asentaba un edificio, de color blanquecino. Una gran cúpula acristalada, en su lateral superior derecho, le daba aspecto de observatorio astrológico más que de residencia.

El avión se acercó a una pasarela de madera que se adentraba en el mar para servir de enlace con tierra firme.
– Si son tan amables de seguirme, por favor. – Invitó a sus pasajeros. Ya preparados para acompañarle al exterior, el Doctor hizo un alto.
– les presento a mi ayudante Madame Alice. Ella será la responsable de que se sientan como en casa. Sabemos que no será fácil, pero serán atendidos como se merecen. Cualquier cosa que necesiten, se lo hacen saber.
Abandonaron el transporte deseosos de olvidar el accidentado viaje, pero sobre todo con ganas de respirar aire puro. Para los niños aquella situación era la promesa de una divertida aventura. Para las madres… la duda no las dejaba reaccionar. Sentían temor, pero también curiosidad. Lo que pudiera suceder les intrigaba. La seguridad de sentirse unidas les confería valor para seguir calladas.
El paseo hasta la casa fue agradable, y el paisaje tranquilizó su desconfianza. En aquel lugar la naturaleza era especialmente bonita. Todo presentaba una cuidada apariencia. Demasiado artificial, pesaba Ana. Presentía que algo no funcionaba. Una extraña percepción carente de toda lógica golpeaba su mente y la turbaba. Ese sitio tan perfecto no le gustaba, notaba algo raro en él. No quería comentarlo con las demás hasta no estar segura de qué era.
Entraron en el edificio, que resultó ser mucho más espacioso de lo que aparentaba. Una gran sala blanca les acogía, la cual sólo disponía de un juego de sofás, una mesita baja sin adornos y varios butacones de mimbre. La iluminación provenía del falso techo donde cientos de diminutas bombillas, simulando luciérnagas, salpicaban la estancia con sus haces plateados. Siguieron avanzando hacia un pasillo que se bifurcaba en dos a ambos lados de una enorme cristalera (que servía de separación con el jardín interior). Giraron a la derecha y Madame Alice fue asignando las habitaciones, una para cada madre y su hijo. Los dormitorios muy similares a los de un hotel, estaban preparados con todas las comodidades. – ¿Qué es lo que no encaja aquí? – seguía preguntándose Ana.
–Señoras, como han podido apreciar, el salón de la entrada a penas se utiliza, por ello la escasez de mobiliario. Sin embargo en sus estancias encontrarán todo lo necesario para asearse y cambiarse de ropa. – Les informó Alice.
– ¿Se puede saber qué hacemos aquí? – Quiso saber Sonia, ya no aguantaba más la incertidumbre – Teresa, Susana y Lorena, apoyaron la iniciativa de Sonia y la secundaron.
– Paciencia señoras, paciencia. Todo a su debido tiempo. –Alice se mostraba tranquila y segura de sí misma. –Por cierto, quiero que sepan que estas habitaciones serán provisionales, mañana conocerán las definitivas.
– ¿Qué quiere decir con definitivas? ¿Piensan dejarnos aquí para siempre? – preguntó Lorena asombrada por lo que acababa de oír.
– Si todo va bien, sólo permanecerán con nosotros tres días. – Antes que se les ocurriera hacerle más preguntas, Alice se anticipó. – Ahora vayan a sus cuartos y prepárense para la cena, por favor. Tienen una hora. En la cena hablaremos –
En los armarios encontraron prendas de vestir a la medida de cada uno ellos, madres e hijos. 
A eso de las nueve menos diez avisaron por megafonía que alguien les estaba esperando para guiarles al comedor. A sí fue, un hombre joven y bien parecido les aguadaba al comienzo del pasillo. Acompañó al grupo hasta el salón comedor y se marchó. La estancia se componía de una mesa rectangular con esquinas redondeadas, preparada con mucho gusto y lista para ser utilizada. Dieciséis sillas y sus respectivos servicios completos. Madame Alice y el Doctor O´Diem ya ocupaban sus asientos. El resto se fueron colocando atendiendo los carteles en los que aparecían sus nombres escritos.
– Buenas noches señoras y niños. Bienvenidos a esta humilde morada. – Saludó cortésmente el Doctor – Casi al unisonó y en apenas un perceptible susurro, los comensales devolvieron el saludo. – Ahora comeremos, nos relajaremos y disfrutaremos de los manjares de esta cena. A los postres iremos a la biblioteca y les revelaré el motivo de la presencia de todos ustedes en este lugar. Podrán preguntar cualquier duda que tengan. Será el momento para que el misterio quede desvelado. ¡Buen apetito a todos! – dijo el doctor, alzando una copa de vino. Los dieciséis degustaron en silencio. Ni los alimentos ni las bebidas, servidos, les resultaban familiares, pero eran tan exquisitos al paladar, y tenían tanta hambre que dieron buena cuenta de todo aquello que se les ofreció.

– ¿Otra vez ha pasado? – Preguntó Adela indignada
– Y esta vez ¿cómo ha sucedido? ¿Qué demonios hacemos aquí? – Apuntó Ana gritándole al aire – ¿Dónde estamos ahora?... ¡Maldito Doctor!
Las siete mujeres se hallaban en una habitación común. Siete camas, un aseo, un armario y ninguna puerta, ni ventana al exterior.
– Ay Señor. Ay Señor… Ay Señor mío… ¿qué está pasando aquí? ¿Dónde estamos? ¿Y los niños? ¿Dónde están los niños? – Susana presentía que le iba a dar un ataque de nervios. Sus gritos y los de Ana despertaron a las otras que aún estaban acostadas. Cundió el pánico. Sus voces se convirtieron en un caos de frases que se mezclaban ininteligiblemente. Se abrazaban unas a otras desesperadas.
– Chicas… Chicas calmaos… ¡Basta ya! – Dijo Ana alzando la voz, como pudo, por encima de las voces de sus compañeras de cuarto – Así no conseguiremos nada. No me gusta este sitio, igual que a vosotras. Estamos secuestradas y no entendemos por qué. No sabemos que han hecho con nuestros hijos. Debemos conservar la calma, nuestros niños nos necesitan. ¡Ojalá todo fuera un mal sueño!
De la histeria, algunas pasaron al llanto. La impotencia del desconocimiento reconcomía sus mentes. Mientras suplicaban que alguien les dijera que estaba sucediendo, escucharon un sonido que provenía de una de las paredes. Guardaron silencio y se apiñaron todas en una misma cama esperando a ver qué sucedía. Atónitas observaron como la pared principal se agrietaba por el centro y se ponía en movimiento, se fue abriendo y desapareciendo por ambos laterales, dejando al descubierto un cristal que sustituía a la pared rota. A medida que el hueco se agrandaba, las mujeres fueron acercándose a curiosear. Al otro lado de donde ellas se encontraban, contemplaron un habitáculo de grandes dimensiones, vacio y en penumbras. En la parte superior una cúpula transparente dejaba ver un cielo cubierto de estrellas.
– Señoras contemplen la belleza – una voz fantasmal salida de ninguna parte les hablaba. Sintieron escalofríos al escucharla. Miraron a su alrededor intentando averiguar su origen, sin éxito.
– Están a punto de formar parte de la historia. Las siete fueron elegidas para cambiar el mundo. Pueden sentirse orgullosas. Esta noche sucederá algo que sería imposible sin su protagonismo y sin su presencia aquí. La de ustedes y la de sus hijos.  – Cuanto más escuchaban a aquel ser más miedo sentían.
– ¿Dónde están nuestros hijos, y por qué no están con nosotras? – Ana hizo alarde de valor y se atrevió a preguntar.
– En un momento estarán con ustedes, ante sus ojos – las palabras fueron pronunciadas con lentitud, recreándose en cada sílaba con gravedad.
– Esto no pinta bien… no pinta nada bien. – dijo Sonia en un susurro que más parecía un pensamiento hablado.
De repente se encendieron varia luces, que iluminaron la sala. Sí antes tenían miedo, ahora fueron presas del terror. En el centro de la sala se apreciaba un enorme círculo rojo y en el interior de este una estrella de siete puntas. En el extremo de cada punta una letra, y en el heptágono formado por las líneas entrecruzadas de la estrella, un rostro demasiado familiar para los católicos. Velones negros y rojos, esperando a ser encendidos, rodeaban el círculo por su exterior.         
– Queridas señoras. Esta noche se abrirán las puertas de la libertad – El Doctor O´Diem apareció ante las damas, al otro lado del cristal
– Ya es hora que vayan conociendo su futuro y el destino de sus hijos. No se molesten en hablar o gritar, no se las puede oír, la habitación está insonorizada. Pero si pueden escuchar cuanto se diga en esta sala.
Les aclararé que este lugar pertenece al misterioso y temido Triángulo de las Bermudas. Sólo existe una forma de entrar y salir de él… pero no quiero aburrirlas con una larga historia que no tiene razón de ser en este momento. Y tampoco estoy dispuesto a revelarles el secreto antes de cumplir la misión para la que han sido encomendadas. Este lugar fue creado para mantener prisionero al Rey de las Tinieblas. La llave que abre la puerta se ocultó en una profecía. A través de los siglos, sabios, místicos, científicos y personas dedicadas a las ciencias ocultas, han tratado de averiguar la forma de romper las fuerzas que mantienen cerrada esta prisión. Muchos han conseguido entrar, pero nadie ha logrado salir.
Nosotros, Madame Alice y un servidor, descubrimos hace años el secreto, pero sólo puede abrirse en las condiciones adecuadas y hoy es el día, veintisiete de agosto de dos mil nueve a la media noche. El planeta Marte, será la estrella más brillante del cielo. Estará tan grande como la luna llena. Será la noche de las dos lunas. No podemos perder la oportunidad, esta conjunción no volverá a producirse hasta dentro de casi trescientos años.
Debo dejarlas. Comenzamos los preparativos, apenas quedan unas horas. Que lo disfruten señoras.

— Capítulo V— “La Profecía”

– El Doctor O´Diem dijo que no podían oírnos, sin embargo aquella voz contestó a mi pregunta – recordó Ana – pero también es verdad que lo anterior que pronunció fue algo así como que éramos protagonistas, nosotras y nuestros hijos. Y luego dijo que los veríamos enseguida. Puede que fuera casualidad. ¡Odio a ese miserable médico! – esta frase la pronunció en alto y cargada de rabia.

Un estruendoso crujir, alejó los pensamientos de todas ellas y consiguió que instintivamente sus miradas se dirigieran hacia la pared izquierda de la sala de la cúpula, se dividió en varios bloques gruesos de hormigón que comenzaron a girar sobre un eje abriéndose como las láminas de una persiana, dejando paso libre a quienes esperaban tras ellos.  Cerca de un centenar de personas, entre hombres y mujeres, atravesaron los huecos y fueron ocupando sus posiciones a ambos lados de la estancia, sin bloquear la visión del cuarto de las mujeres, ni la puerta que se encontraba justo enfrente de ellas. El silencio de los recién llegados era sepulcral. Se podía distinguir gente de casi todas las nacionalidades.
Madame Alice y Míster O´Diem caminaron hacia la cámara de las mujeres, tras ellos  se escuchó un espantoso chirriar que duró unos segundos y la pared quedó herméticamente cerrada con todos ellos dentro.

– Bienvenidos, damas y caballeros. Llevamos esperando este acontecimiento desde tiempo inmemorial, y por fin ustedes serán testigos del nacimiento de la mayor fuerza sobrenatural. Serán los primeros en contemplar la gran obra que tanto esfuerzo a costado. En nombre del Todopoderoso Leviatán les damos las gracias por su apoyo y ayuda, tanto económica como intelectual. Me complace presentarles a las siete mujeres que parieron a los siete profetas del mal, predestinados a dar sus vida para abrir las puertas de lo que ya no será el eterno encierro de nuestro Señor. El poder se alzará sobre todo aquel que haya luchado por la liberación de Maligno. Damas y caballeros, damos comienzo con la lectura de la profecía.

Al otro lado del cristal, el ambiente se volvió denso. Las madres respiraban tensión y pánico por todos sus poros. Enmudecidas por la angustia se limitaron a observar. En un acto reflejo se arrodillaron para rezar y lloraron, comprendiendo que eran las invitadas de la muerte. Todas ellas menos una… Ana. Se resistía a creer que aquello fuera real. Estaba convencida que algo no encajaba. A pesar del terror y la impotencia no se daba por vencida. Lucharía, con o sin ayuda… pero lucharía.

Madame Alice inició la lectura de la Profecía de las siete almas.

Con esta llave te condeno a la prisión eterna. Podrás mirar pero jamás verás. Entrarás pero jamás saldrás. Siete almas de mujer, desconocidas entre sí, guardarán un trozo de la llave. Sólo ellas conocerán la clave que transmitirán de generación en generación por toda la eternidad. Las almas, a su salida del cuerpo revelarán su secreto a otras almas de familias diferentes. Las proveeré del don de la visión, para que nunca puedan ser hallados sus paraderos”

El Doctor O´Diem y yo, en nuestro incansable recorrido por el mundo, en busca de indicios que nos acercaran a los orígenes de esta profecía, dimos casualmente con la fórmula, para entrar y salir del Triángulo. En una de nuestras visitas, una eminente científica, desaparecida de la tierra y que vino a parar aquí, se vio envejecer intentado averiguar el modo de volver a su mundo. Ya  en su lecho de muerte habló conmigo. Me entregó un pergamino, que databa del principio de los tiempos,  diciéndome. Mi alma quedará atrapada en esta celda, debo transmitir el secreto a una nueva alma, es mi misión esta vida y en la muerte. Debes buscar una mujer, fuera de este presidio, preñada de una mujer que habrá nacido en el mismo instante que yo exhale mi último suspiro, y entregarle este tesoro. La recién nacida absorberá su mensaje. Si no lo hicieras así, morirás por alterar el devenir.
Buscamos a la mujer, encontré a la niña y le entregué el pergamino que desapareció al contacto de su cuerpo. Pero antes de entregarlo, anoté lo que decía.

Las puertas del infierno quedarán cerradas eternamente, pueden ocurrir unos hechos concretos que unidos debilitarán las fuerzas que contienen el espíritu del mal atrapado en este espacio infinito. Deben darse los siguientes acontecimientos, los cuales jamás desvelaréis.
“Las siete mujeres marcadas por la visión, engendrarán un primogénito fruto de la semilla de maligno, que nacerán en el año invertido de la Bestia, y serán sacrificados ante los ojos de sus “gestadoras” en la noche de las dos lunas. El odio que genere su dolor servirá a las fuerzas del mal para destruir la barrera que les aprisiona”

Señores. Ha llegado el momento que conozcan a nuestro Señor y a sus vástagos.

Al escuchar la última palabra pronunciada, las mujeres se pusieron en pie, gritando y aporreando el cristal.  No podían oírse sus voces pero se palpaba su desesperación.
La puerta frontal, que hasta ese momento había permanecido cerrada, se fue entornando poco a poco. De la oscuridad surgió una figura, cubierta en su totalidad por una capa con capuchón, que avanzaba lentamente hacia el círculo. Al llegar a él, se paró justo sobre el símbolo del rostro. Los velones se encendieron, al mismo tiempo, a un ademán suyo. Unas trampillas redondas, colocadas alrededor del dibujo y señaladas por cada punta de la estrella, se abrieron dejando un hueco en el suelo. De cada cavidad emergió una columna, y ante el asombro de todos los presentes aparecieron los siete niños maniatados a ellas, con sus las cabezas inclinadas en posición de reverencia,  mostrando una tranquilidad inherente de la ausencia de voluntad.

Las madres proferían gritos desgarradores, inútilmente. Su dolor no hallaba escapatoria ante tamaña tortura. Ahogándose en su propio sufrimiento.

El personaje encapuchado desató el nudo de su capa, la sujetó por las solapas, extendió los brazos  y la dejó caer al suelo. Levantó la cabeza y atravesó con espeluznante mirada a las madres de aquellos pequeños inocentes, partiéndoles el corazón.
– ¡No puede ser!... ese hijo de su madre es el hombre que me violó. – Lorena  traspasó el cristal lanzando una daga de su más afilado odio a los ojos del abominable individuo.
– ¡Imposible! ¡Sinvergüenza! ¡Mal nacido!... y yo que creí en ti… que me enamoré y confié en que volverías… ¡Te odio con todo mi ser!
– ¿Estás diciendo que ese hombre es el mismo del que nos hablaste? – le preguntó Teresa a Susana.
–  El mismo. El que jugó con mis sentimientos para luego desaparecer
– Ese desgraciado que nos mira… también me violó. – corroboró Teresa con voz temblorosa.
Nuria lloraba desconsoladamente, ella también reconoció al hombre que tenía delante. Al igual que Adela y Sonia. En un instante la hermética cámara dio cobijo a cuantos insultos se les ocurría quedando suspendidos en el vacío sin conseguir su propósito, que no era otro que intentar herir al inhumano ser que las observaba con sonrisa de maléfico placer.
Ana permanecía callada, sosteniendo la mirada del desalmado. Su  mente viajó once años atrás y recordó que faltando pocos meses para su boda discutió con Pedro. No recordaba el motivo de la pelea, pero sí lo que hizo. En lugar de quedarse en casa llorando, salió a divertirse con sus amigas. En la cafetería, que solían utilizar como punto de encuentro,  conocieron a un grupo de hombres. Ella entabló conversación con uno de ellos, que le pareció muy atractivo. Ni siquiera intercambiaron sus nombres. Sin que el grupo lo advirtiera se alejaron del establecimiento. Pasearon sin rumbo fijo hasta que se dieron cuenta que se habían adentrado en un parque, allí, rodeados por grandes árboles que custodiaban un hermoso jardín, sucumbieron a la pasión. Nunca más coincidieron. Tampoco le preocupó perder el contacto, ya que su reconciliación con Pedro le aportó muchas más satisfacciones y felicidad. Para Ana, aquella fue una noche en la que movida por el despecho se desahogó con el primer hombre que se le cruzó en el camino.
Al mes y medio de su encuentro con el desconocido sin nombre, descubrió que estaba embarazada. Le confesó a su pareja lo sucedido aquel día, aún a riesgo de perderle, Pedro la amaba y aceptó responsabilizarse del niño que estaba en camino como si fuese suyo. A pesar del generoso gesto de su prometido, Ana decidió interrumpir la gestación. Su conciencia no le permitía seguir adelante con el embarazo y abortó. Transcurridos tres meses volvió a quedar en cinta de su ya esposo Pedro.
Ana siguió pensando. – Si lo que acabo de escuchar, de la Profecía, es cierto, ni mi hijo ni yo deberíamos estar aquí. Notó un sudor frio recorriéndola, el latido de su corazón se aceleró. Aterrorizada se decía una y otra vez que no formaba parte de aquello, que ella no era una de las mujeres de la siniestra Profecía.
Volvió a la realidad para llevarse un susto de muerte, aquel hombre estaba frente a ella a pocos centímetros.
– Tú fuiste la última y resultó muy fácil. Todo el trabajo lo hiciste sola. Fue una relación consentida y sin complicaciones. – Ana no tuvo tiempo de reaccionar, la impresión la había paralizado.
– Mi querida Susana, contigo me divertí mucho… tan enamorada, tan inocente, tan estúpida – Con el rostro desencajado, Susana arañaba el cristal como si ello le facilitara llegar al miserable que la estaba atacando, y sacarle los ojos.
– Las demás fuisteis un simple rato de placer. Mujeres sin voluntad, sin carácter, sin personalidad ninguna. Por si aún tienes dudas Sonia, yo era el fantasma de tus noches, pero era tan divertido verte sufrir y dudar de ti. Ver cómo ibas perdiendo la razón me causaba un especial placer.

– Antes de que decidáis suicidaros quiero aclararos algo. Soy realmente quién creéis que soy. Vuestros hijos son mis descendientes, y ellos y vosotras me liberaréis para siempre. Las siete habéis recibido señales mías a lo largo de vuestras vidas. Heredasteis el don de la visión. Todas habéis estado aquí con anterioridad, sin saberlo, puesto que yo no puedo salir. Nada de lo que os ocurrió pasó fuera. Este lugar ha sido nuestro punto de encuentro. Vosotras mismas os habéis transportado. Vosotras sois las culpables de lo que hoy va a suceder. Debo agradeceros lo bien que habéis cuidado de mis hijos. Les habéis puesto los nombres que os indiqué en vuestro subconsciente. Si observáis las puntas de la estrella, comprobaréis que cada letra corresponde a la inicial del nombre de cada niño. Y leídas en orden forman mi nombre, el nombre de su verdadero padre… Salvador, Antonio, Tomás, Andrés, Nicolás, Alberto, Santiago.

– Es la hora. –Dijo Víctor O´Diem señalando a la cúpula – las dos lunas ya están en posición. Debemos comenzar con el ritual de…
No pudo seguir con la frase. Se hizo un silencio absoluto, interrumpido por una insólita carcajada. Ana se estaba riendo ante el estupor de todas las personas que se concentraban en la sala ceremonial, inclusive sus compañeras de cuarto pensaban que había perdido la razón. La risa de Ana causó una fisura en el cristal que se fue extendiendo,  ramificándose. Nuria se contagió y la acompañó con otra carcajada. Viendo lo que sucedía, una a una las otras mujeres se incorporaron al coro de risas. De repente el cristal estalló, esparciendo sus restos por toda la sala.
– ¿Qué está sucediendo aquí? – Preguntó el Maligno – esto es imposible, inconcebible, inexplicable. ¿Dónde está vuestro odio? ¿Vuestro dolor?

Las mujeres caminaron hacia sus hijos sonriendo. En su desesperación, el Señor de las tinieblas agarró por el cuello a Santiago y amenazó con estrangularle si no paraban su avance. Ana se detuvo en seco, se dirigió al ser que bajo amenaza de muerte  retenía a su retoño, y le espetó  – ¡Deja a mi hijo! –  lo dijo con seguridad en sus palabras.
– ¡Quietas! – Aulló con voz espantosa – Mataré a los niños uno a uno y después os mataré a vosotras. ¡Detenedlas! – ordenó a las personas que contemplaban la escena
– No matará a nadie. He descubierto tu secreto y el secreto de este lugar – afirmó Ana convencida de lo que decía – desde que llegué algo no me cuadraba. Los olores, no hay olores en este sitio. Los sonidos, no hay sonidos de animales, tampoco hay animales. Los alimentos no tienen sabor, el gusto lo sacábamos de la imaginación pero no de nuestro sentido. – Ana avanzó paso a paso hacia él – pero el inhumano personaje apretó el cuello de Santiago, cada vez con más fuerza. Ana, de pronto, notó que se le acababan las fuerzas. Sus piernas se volvían por momentos más pesadas, le costaba moverlas. Sentía mareo. Su hijo se ponía rojo entre las garras del indeseable. Quería gritar, pero se quedó sin voz. Lo intentó de nuevo y pudo arrancar un alarido a su garganta que fue en aumento hasta que… se incorporó sobresaltada.

Abrió los ojos y se encontraba en su casa. Había sufrido una horrible pesadilla. Se levantó, fue corriendo a mirar el calendario, lo miró y respiró tranquilizada – Hoy es seis de junio. Han debido de ser esas pastillas que me recetó el médico suplente…

FIN

Brujidorada / fecha de creación 27 de mayo de 2009


viernes, 31 de mayo de 2013

Recuerdos Felices

Para crear un Futuro
El secreto de la vida se guarda en el corazón
El secreto de la muerte lo descubres en la razón
El secreto de la palabra en el pensamiento ha su nido
Pero el secreto del silencio... sólo se halla en su sonido

Brujidorada